Un día como hoy, en 1976, apareció asesinado Sergio Karakachoff, a la vera de la ruta 36.
Militaba en el radicalismo desde su adolescencia en el Colegio Nacional Rafael Hernández. Ingresó a Derecho (UNLP), se graduó, y además cursó la Escuela Superior de Periodismo.
Trabajó en el Concejo Deliberante platense en los años de Illia, y ya con ambos títulos bajo el brazo partió a Bahía Blanca para dirigir “El Sureño”, un diario que intentó batallar contra La Nueva Provincia.
Regresó a La Plata tras el golpe de Onganía. En 1968, fue uno de los que alumbró la Junta Coordinadora Nacional; en el plano local, lideró el Movimiento de Afirmación Popular, luego En Lucha. Precisamente, su bagaje de ideas lo difundió a través del periódico “En Lucha”.
Cayó preso en 1971 y en 1972 participó en la fundación de Renovación y Cambio, junto a Raúl Alfonsín. Candidato a la Convención, primero y luego a diputado nacional. Quedó lejos tras la derrota con el balbinismo, pero plantó bandera y apeló al recupero del sentir yrigoyenista. Antipersonalistas, galeritas y lomos negros fueron los apelativos con que identificó al oficialismo partidario.
En 1974, asumió como subdirector del diario “La Calle”, donde convivía con comunistas e intransigentes, bajo la batuta de Marta Mercader. Desde la revista “El Caudillo” los apuntaron por «espiarios y alfonsinistas». La amenaza lopezreguista anunció la clausura.
Volvió a refugiarse en su estudio platense, para defender ferroviarios, trabajadores de la carne y presos políticos.
Sus escritos preanunciaron la tragedia: «Muchos están resignados a la fatalidad del golpe, creen que luego se sucederá un breve interregno y otra vez la salida electoral. Se equivocan, un golpe en la Argentina será un Pinochetazo y será terrible». «Los radicales somos como pajaritos enjaulados. No manejamos los códigos de la clandestinidad y no tenemos nada que ver con la violencia, pero nos tienen marcados. Meterán la mano en la jaula y nos atraparán cuando se les ocurra», preanunció. «El secuestro de Solari Yrigoyen y Amaya juntamente con la aparición de treinta cadáveres dinamitados en Pilar han sido los picos fundamentales de la escalada terrorista de los últimos años», escribió horas antes de su secuestro.
Ese coraje para publicar lo que todos callaron, fue el que volvió a Sergio una bandera que es símbolo y emblema.
Los que acompañaron su cajón se detuvieron frente al Comité partidario de calle 48. Uno de los suyos, Federico Storani, trepó al balcón cerrado y lo homenajeó a viva voz.
El cortejo fue interrumpido por disparos al aire de patotas armadas que intentaron dispersarlo, pero no pudieron.
Gracias Sergio por tanto ejemplo de vida y tanta convicción inquebrantable.
Rodrigo Estévez Andrade
Licenciado en Periodismo y Comunicación
Coautor del Libro “Ahora Alfonsín”